I
Transcribo una de las tantas confesiones de valor universal de Goethe, en la Dedicatoria de su "Fausto": "...el yerto corazón siéntese blando y tierno; lo que poseo, lo percibo como en lontananza, y lo que desapareció truécase para mí en palpitante realidad".
Hoy me reconozco mucho más vivencialmente en estas palabras, porque suelo sentirme habitando en el pasado con un realismo tan intenso, que desvanece el presente casi por completo; como cuando despertamos de algunos sueños.
Y evoco las mesas nocturnas en Mercedes con amigos entrañables, las discusiones políticas y filosóficas, las lecturas compartidas; y al fin de cuentas, una comunicación esencial que nos dejaba menos solos y nos enriquecía mutuamente. Hoy, todo tan lavado, tan virtual y desvaído; vaciado de sentido. Alquimia de la memoria, derivas del ser, que nos dejan un poco más huérfanos y desamparados.
II
Y uno siempre anda en busca de un sentido. En este mundo de la desmemoria y en este país de los planeamientos desideologizados, yo me planteo a veces -y lo digo no por anteponer mi caso personal, que comparativamente fue casi insignificante, sino como representación de una ausencia colectiva, como síntoma de un país que ha renunciado a su memoria de represión, tortura y desapariciones, como muestra nomás, de un ominoso enterramiento-, ¿quién me pidió perdón por mis años de destitución de la enseñanza, por las veces que fui llevado al cuartel de ojos tapados, en la incertidumbre de si saldría vivo? Y cuando durante muchos años, minaron nuestra fraterna compañía, y nos persiguieron por sospecha y contumaz perfidia. ¿Cuándo obtuve un gesto mínimo de reparación, no ya oficial sino en lo más personal y familiar? Algo así como: ¡qué injusticia hicieron con vos! ¡Y con ustedes! Pero no recuerdo.
Y sigo teniendo -mal que a muchos les pese-, los ojos en la nuca.
III
Y me siguen asaltando cuestiones a pantallazos; algunas del presente. En este hoy desideologizado, decía recién, se vocinea como un paso extraordinario la "prefactibilidad" de un acuerdo comercial con China . (¡Ah!, esa jerga de los tecnócratas contemporáneos, que nos pasan gato por liebre: "prefactibilidad". Horrible palabra, enmascaradora y diversionista, que hace creer que algo es remotamente posible. Como una distracción para ir tirando). Y yo me pregunto, desde una posición radicalmente ideológica, que reivindico con orgullo y convicción: ¿cómo redundará esto de pasar de la "prefactibilidad" a la factibilidad y luego presuntamente a una realidad posible, en la equitativa distribución de los bienes en un país en el que hay cada vez más pobres? Y en el que los empresarios tienen la impudicia de solicitar al gobierno que tan bien los representa, la firma de contratos laborales ¡a un 70 por ciento del laudo actual! ¿Cómo saber entonces, si un acuerdo comercial con el gigante asiático, no va redundar en el mayor enriquecimiento de los productores ganaderos y los cultivadores de soja, que siempre se llevan la parte del león? Sí, por eso mi mirada no es ni debe ser inocente: es ideológica y desenmascaradora, porque acá rige la lógica del león. Pensar desde el estómago de los que padecen hambre y centrarme más bien en la "factibilidad" de una real distribución de la riqueza. Pensar desde las "periferias", como predica habitualmente el Papa Francisco.
IV
Dice Borges en uno de sus cuentos, que los periódicos son "museos de minucias efímeras". Estas son mis "minucias". Ojalá que en un contexto más vivo que el de un museo. Y al cabo de un rápido relevamiento de situaciones y vivencias, aunque no quiero que el final tenga un carácter de epitafio, lo parece. El vaciamiento de sentido de nuestra postmodernidad, la virtualidad de las relaciones que conspira contra la flagrante presencialidad de los rostros, la mala conciencia silenciada, el imperio de la injusticia en un país cada vez más desigual, acaba -pandemia mediante- en una verdadera apoteosis de la soledad.